Te dono mi vulnerabilidad. Soy sepulcro. Soy corazón roto.

Te dono mi vulnerabilidad


Es todo lo que tengo, porque es lo que soy.

Esa vulnerabilidad, es a su vez, mi fortaleza, mi motivo de levantarme todos los días, el brillo que mis ojos destellan, porque cada vez que tengo un logro es a fuerza de doblegarla. Soy vulnerable, soy también vergüenza.

Vergüenza, si, la arrastro conmigo, donde quiera que estoy, lo que me hunde profundamente, aquello que detesto de mí, de mi historia, que quizá nadie conoce, pero vive debajo de mi piel, en el lugar más recóndito, acallado. El murmullo ciego de lo que no quiero de mi ser, pero también soy, de lo que descubrí que tengo y no es querible, que la sociedad quizá repudia y se ve feo. Eso me lo callo, lo guardo, lo niego, lo oculto, lo que no amo de mí. Pero también, lo que me desafía a seguir mejorando, a darle la vuelta y sanarlo, a buscar la perfección. Lo que no amo de mí, es sin duda, el mayor desafío a quererme cada día más.

Soy sepulcro

Somos limitados. El ser vivo es limitado, no solamente porque un día, moriremos, sino porque habitamos un espacio limitado, en un tiempo limitado, nos cansamos, nos enfermamos, dependemos de otros, del clima, del entorno, de nuestros pares, impares y dispares, de nuestros impulsos y necesidades vitales. Somos en manada, somos en convivencia, algunos en comunidad, otros más solos, pero siempre dentro de un sistema. ¿Dónde termina el yo y empieza el otro, el vecino?, a veces en la puerta, a veces no.

Es frecuente referirnos a “los vulnerables”, pero la verdad es que todos lo somos. La vulnerabilidad es parte del ser. Definir lo vulnerable fuera de uno mismo nos disocia. Hay una concepción de la vulnerabilidad que es paternalista y maniquea, separa a los seres en categorías de buenos/malos, ricos/pobres, fuertes/débiles. Por otro lado, también en cierto modo, sin querer y con las mejores intenciones, podemos hacer una alegoría de lo vulnerable, victimizando lo simplemente limitado o circunstancial de cada uno, que es muchas veces una oportunidad de crecer. La madre lúcida deja que su cría se caiga y se equivoque hasta que encuentre el camino propio, la sobreprotección lo daña y lo hace torpe y presa fácil de depredadores. Somos parte de un sistema, dentro de un planeta, del universo incluso, donde el afán humano pone en riesgo la supervivencia de las otras especies y la propia. Parte de nuestra vulnerabilidad es aprender a ubicarnos y crecer cada uno y con otros, sabiendo, aunque solamente sea teóricamente, que es mucho más lo que me limita, lo que no tengo, lo que carezco, que lo que puedo disponer; por eso necesito de los demás. Para asumir la corresponsabilidad de colaborar en un mundo más solidario y justo, incluirme como parte de “los vulnerables”, me hace más realista y eficaz.

El sepulcro guarda el cuerpo inerte. No queremos ver la muerte, aunque la tenemos cada uno, no la vemos, hacemos como que sea parte de otro sistema, como si los demás se murieran, no nosotros. El día que comprendemos que estamos dentro de los mortales, empezamos a cuidar ese misterio que nos une a todos y hasta podemos preparar con gozo ese momento.

Soy corazón roto

La humanidad es una sola, con una enorme cicatriz caminando alrededor de la entrada de la propia madriguera. Algunos quizá creen que pueden comprar la seguridad, pero nadie se salva solo. Mientras no se proteja el derecho a un aire sano y limpio, comida, agua, salud, educación, vivienda a cada uno de los habitantes del planeta, no solamente a millones de seres humanos, también animales y bosques, estamos en franca carrera de extinción. La solución no es una sola, es una combinación de medidas y aprendizajes, uno de ellos es reparar el corazón roto que nos divide. Aprender a amar desde la aceptación de nuestro limite, del reconocimiento de la propia vulnerabilidad. Es la gran tarea.



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