Periferias humanas
La dinámica de estos dias es trabajar sobre sus propias amarguras, los dolores del alma, una experiencia muy necesaria para toda persona, hacer procesos, cambiar la perspectiva, ponernos en el lugar del otro, desligarnos de todo lo que nos espesa el alma, por eso se llaman “Escuelas de perdón”, pero no es fácil, no es inmediato, a pesar que es muy saludable.
Vivir en clave de perdón es un cambio radical y profundo en la
vida, progresivo. Nos cuesta tanto que nos hacemos trampa, negamos el dolor, nos contamos historias de las culpas de los demás, nos lamentamos años y años de lo mismo. Limpiar, cambiar de actitud, es largo y toda la vida se ejercita.
En este caso el taller es un poco más complejo, la prisión no
es un lugar agradable, entrar en el recinto es un trámite engorroso con varios
controles, la mayoría de los funcionarios no son amables, no tienen que serlo, no hacen ningún esfuerzo para serlo. Se cierran y abren rejas con resonancias chillonas de cerrojos de hierro pesante sin lubricar. En los pasillos olores espantosos, humedad,
alcantarillados rebentados, suciedad, oscuridad. Cuando llegamos a la capilla, que es donde nos reunimos, literalmente, se hace la luz, el aire corre y el grupo de reclusos empieza a aparecer. Cada uno tiene una historia, historias que no es preciso saber, que si que es necesario rezarlas porque todas ellas son dolorosas, pero además castigadas.
Cristián, uno de los asistentes recuerda que Jesús en el Evangelio nos pide no juzgar y reflexiona al respecto que después de tantos años, nuestra justicia sigue siendo castigadora. El último tema del taller es: “rompo cadenas y limpio el dolor”, la verdadera cárcel es la del corazón duro.
Comentarios