Obsesiones y Gracia


A mi amiga Anita le gusta jugar un solitario que se llama “Carta Blanca” donde si tenemos paciencia todas las cartas encajan. Me explicaba que este juego la ha ayudado mucho a entenderse a ella misma en muchas actitudes de la vida. Ciertamente no me extrañó lo que me decía, no tanto porque yo conozca bien el juego, sino porque comparto completamente que las cosas que nos pasan cada día y cada rato, son la clave de los grandes aprendizajes.

Lo que me contaba mi amiga es que en la “Carta Blanca” la persona que juega tiene que ir combinando de manera concatenada unas pilas de cartas que cuando empieza el juego están completamente mezcladas.

El proceso para llegar a este orden no siempre es fácil. Requiere no querer ganar la partida de inmediato y sacrificar algunas jugadas para conseguirlo. La Anita me decía que una de las claves que le ha ayudado en la vida es aprender que muchas veces, ella está segura que la mejor jugada va por un lado y finalmente sale por donde menos se imaginaba.

Ella me explicaba que el jugador tiene que hacer el esfuerzo de buscar las mejores soluciones, pero que hay una parte muy importante del juego que no es muy controlable, a pesar que las cartas están a la vista. No se trata solamente de tener habilidad, hay una parte del juego que se trata de saber esperar y tener paciencia.

Escuchando la experiencia de Anita con su juego de solitario, vi en un momento varias coincidencias con el lenguaje providente: el juego está a la vista, pero no lo controlamos, hay que hacer el esfuerzo y estar atentos, pero el ritmo de las cosas no nos corresponde, si comentemos un error posiblemente hay que empezar de nuevo, pero finalmente lo importante es aprender de cada jugada.

Y esta es la mejor de las cartas, que si estamos atentos, en la vida todo tiene sentido, todo está relacionado y todo es sumatoria de circunstancias, incluso lo que no nos gusta.

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