Tiempo para vivir


Una encuesta del CEP (Centro de Estudios Públicos), ha podido demostrar que el 38,5% de la población, o sea cuatro de cada diez personas, llegan tan cansadas a su casa que no pueden dedicar tiempo a la familia. Estas persones están contentas con su trabajo pero tienen nueve o más horas laborales diarias y muchas veces, las distancias de ida y vuelta al trabajo sobrepasan los 60 minutos por trayecto (a veces los doblan), o sea gastan mínimo dos horas de transporte, que sumadas a las 9 de trabajo suman once (mínimo) fuera de casa. Este tema se hace más complejo cuando se trata de mujeres, madres de familia, en quienes recae ineludiblemente gran parte de la responsabilidad de la vida de los hijos, más todavía cuando son madres solas. Lejos de ser casos extremos, esta es una realidad demasiado compartida.

Hay que decir que esta situación refiere a Santiago, la capital metropolitana y que no es lo mismo en ciudades más pequeñas o pueblos, no obstante ello la reflexión nos es muy útil a todos, porque muchas veces, la vida de una persona esta llena de obligaciones insatisfactorias y de muy pocos momentos de vida plena. A menudo es desproporcionado el tiempo dedicado a recorrer largas distancias, hacer la compra, esperar colas, protestar cobranzas, ver que nos solucionen servicios que no funcionan… o tantas otras cosas que todos sabemos que pasan. Es obvio que hay cosas que hay que hacerlas nos guste o no, y nadie duda del valor de tener un trabajo, pero a veces parecería como si se dieran vuelta las prioridades, i simultáneamente, la suma de las no prioridades se hace imparable y nadie parece angustiarse mucho, ¿es cierto o no?.

A veces tardamos demasiado en darnos cuenta cual es la lista de las cosas que de verdad queremos hacer en la vida, cosas muy sencillas, como por ejemplo estar con los amigos o la familia, y vivir, simplemente, vivir. Sentarse una tarde entera a ver los colores de la luz y aprender que cambian!!, los colores de un mismo paisaje cambian frente a nuestras narices y no lo vemos.


En un pequeño debate universitario sobre la democracia y su evolución, sobre la urgencia de un salto cualitativo de las maneras de aplicar la democracia y su sentido, los contertulios comentaban que las grandes ciudades son menos democráticas que las más pequeñas. Es una afirmación osada que hay que matizar, pero el argumento que la sostenía era la importancia de las particularidades, de las excepciones, de las pequeñas costumbres y necesidades de cada persona que en la masa se borran. En las grandes ciudades, el anonimato es tan grande que dejamos de ser personas y cuando dejamos de ser personas no importamos. ¿Como hacer valer la propia opinión frente una larga lista?, o ¿cómo demostrar que no me pueden echar de mi casa porque no tengo donde ir?, no es viable!, especialmente porque si alguien nos oye tampoco puede hacer mucho por ayudarnos.
El tiempo para vivir es una prioridad, y no solamente para disfrutar-lo, sino para recuperar la conciencia, para convencernos de que es normal disponer de nuestra porción de felicidad básica.


Veure: Encuesta CEP

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